jueves, 28 de enero de 2010

DÍA DE LA PAZ

ESTE AÑO... ¡COLOMBIA!

La Paz, como muchas otras cosas conmemorativas y conmemoradas, no merece un día. La Paz debe ser un derecho inquebrantable de la condición humana y, por lo tanto, se debe exigir en todo momento, y en todo lugar, el cumplimiento de ese derecho.

Desde el invento de los días de esto, días de aquello y días de lo de más allá… nuestra conciencia parece descansar más tranquila distanciándose aún más, si puede, de la cruda realidad que les toca vivir a nuestras y nuestros semejantes en lugares donde la vida humana tiene el mismo valor que cualquier chuchería en el quiosco de la esquina.

Se me hace difícil digerir que bien metidos, como estamos, en el siglo XXI la triste, penosa, patética, dura y crítica realidad diaria de millones de niñas y niños en el mundo no cambie ni, mucho me temo, vaya a cambiar por los siglos de los siglos…

Apoltronada en el empecine de dejar la transformación de la realidad social de estos seres sólo en manos de la caridad y la solidaridad, la humanidad “rica” asiste impávida al denigrante espectáculo del baile de la miseria como si la cosa no fuera con ella.´

Organismos Internacionales, Coordinadoras de Defensa de los Derechos Humanos, ONGs, Asociaciones Internacionales pro Derechos Humanos, Observatorios Internacionales de la Infancia y medios de comunicación social vomitan noticias y cifras espeluznantes, un día sí y otro también, relacionadas con la infancia y las injusticias mundiales mientras el inconsciente colectivo fagocita esa información ornamentada con imágenes y palabras, sin rubor alguno, entendiendo que todo eso ocurre más allá de sus propias narices y sigue convenciéndose de que todo se resolverá con emitir un hondo y solidario suspiro, poner cara de circunstancia o entonar un lastimero ¡qué pena! Es como si el inconsciente colectivo tuviera asumido que esos millones de personas deben cargar con esa injusta desigualdad por haber nacido con los estigmas de la miseria, la guerra, la enfermedad y la muerte. Entre todas y todos seguimos permitiendo que los cuatro jinetes del anunciado Apocalipsis cabalguen sobre sus vidas sin que nada ni nadie, de entre los poderosos que mueven los hilos del globo, haga un verdadero esfuerzo, más allá de la pura charlatanería, por modificar o transformar su realidad diaria, sus condiciones de vida y su esperanza de vida y en la vida.

Todas y todos somos conocedores de las desigualdades e injusticias sociales y en especial de la explotación infantil, a todos los niveles y ámbitos, en los países más desfavorecidos y eso, a su vez, nos apunta y convierte en responsables y cómplices, directa o indirectamente, de esa explotación porque la miramos desde la distancia, porque la callamos, porque, a fin de cuentas, con nuestras actitudes, tan políticamente correctas ellas, la estamos permitiendo al no plantar cara y exigir, cuanto menos de manera reiterada y constante, el respeto a los DERECHOS de la INFANCIA.

Hablamos de seres humanos indefensos, de víctimas inocentes resultantes de un reparto desigual e injusto de la riqueza mundial, de sufridoras y sufridores de la mala gestión y la mezquindad de gobernantes sin escrúpulos y, sobre todo, hablamos de seres despojados de su dignidad humana lo que les hace quedar relegados a mera carne con ojos apaleada y abatida por el horror , el miedo, el sufrimiento y la impotencia.

En nuestro colegio, este año, haciéndonos eco de la información recibida vía AI (Amnistía Internacional) pusimos nuestra mirada en la distancia hacia Colombia y, lejos de resignarnos a silenciar lo que allí está ocurriendo con la población, dimos a conocer el sufrimiento, silencioso y silenciado, del grueso del pueblo colombiano a la par que exigimos a sus gobernantes, mediante postales que enviamos a la Embajada de Colombia en España, que arbitren, de una vez por todas, medidas que dignifiquen a la infancia y a los miles de mujeres y hombres esparcidos por su territorio. Por unos días fuimos la voz de los colombianos desfavorecidos en nuestro barrio.



(*) Las imágenes utilizadas para este artículo han sido extraídas del dossier informativo de Amnistía Internacional sobre la realidad de Colombia.