martes, 6 de diciembre de 2011

Llegan las vacaciones de invierno


 “Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor,  salta por la ventana.”

Este año, para muchas personas, el turrón viene con almendra amarga por razones obvias para todo el mundo, así que... ¡Qué más se puede decir…!
A mí, lo que verdaderamente me llama la atención, entre otras muchas cosas, de este período vacacional es ver como los grandes mercachifles de siempre siguen invirtiendo en fastuosas campañas con la finalidad de sacarnos los supuestos cuatro cuartos que creen  tenemos gracias al escatime que hacemos, del día a día, en nuestras necesidades básicas. A veces pienso que, en el fondo, a ellos, lo de la crisis ni les va ni les viene a la hora de tomarse en serio el asusnto.  Ellos siguen presentando, en estas fechas, sus productos a base de melodías dulzonas y sensibleras, con frases que tocan la fibra sensible, eso sí, sin bajar los precios, de tal modo que, sin modificar la estructura de sus potentes campañas basadas en el esquema más simple de la elaboración de un anuncio; sintonía, mensaje, contexto y plataforma en la que difundir, acaban consiguiendo que un grueso de los mortales se pasee por sus establecimientos, abran sus bolsillos y terminen  olvidando que al llegar a casa les abrirá la puerta su ama de llaves: la señora Crisis.

Es entonces cuando el turno de recriminaciones y culpabilidades mutuas abre las ventanas para que el amor y la paz salten por ellas, sin miramientos, y lo que se suponía  eran unas compras magníficas se convierten en regalos envenenados.

Al nombrar la maldita palabra crisis, que seguramente ya habrá desplazado a la palabra cáncer por el miedo que provoca, a muchos nos salta, como un resorte, la palabra recortes y la lista, a la hora de hacerlos, empieza a ser mucho más larga de lo que en un principio se pensaba. Llega a tal punto la cuestión del recorte que la vida termina limitándose a pocas funciones muy básicas: comer, dormir, trabajar, discutir y dedicar el  90% del salario a pagar cosas que, por  el ritmo de vida que nos toca, no logramos disfrutar en la medida que nos habíamos imaginado.

Socialmente llega hasta tal punto la obsesión por el recorte que recortamos en decir tacos, liberadores ellos de la adrenalina, porque no son políticamente correctos, recortamos en las opiniones porque bastante tenemos con nuestros asuntos, recortamos en solidaridad porque no están las cosas para ir regalando, recortamos en las salidas porque la vida está muy cara, recortamos en los pequeños vicios del personal porque la salud es lo primero, recortamos, recortamos, recortamos… y, al final, cuando nos queremos dar cuenta lo único que alargamos es la edad de jubilación para que las grandes fortunas, de siempre, aseguren riqueza y estabilidad a sus generaciones venideras.

Es curioso ver cómo con las palabras paz y amor, bien contextualizadas, se nos trata de ablandar el cerebro y el bolsillo, cómo se nos intenta persuadir para aceptar con resignación y mansedad la que se nos viene encima e incluso se nos hace ver que la pobre banca necesita de nuestra ayuda y nuestro sacrificio para que, padadójicamente, ella, después de jubilar gozosa y sustanciosamente a sus ejecutivos más altos e ilustres, nos saque a nosotros del pozo en el que nos han metido los grandes regidores de la economía mundial entre los que la sacrificada y benévola banca se encuentra.  Desde los medios de comunicación con las palabras paz y amor, nos venden lo que quieren. Desde los púlpitos, con las mismas palabras, nos adoctrinan en aceptar el sufrimiento a fin de invertir en   una mejor vida en el más allá. Desde la política se nos pide que miremos hacia un futuro prometedor y desde los bancos y la hacienda pública, a la vez que nos desean mucha paz y mucho amor, nos informan que. de no pagar nuestras deudas en los plazos estipulados, nos embargarán en breve los pocos bienes que tenemos.

Así las cosas, bajo mi humilde punto de vista, lo único que nos queda es disfrutar de los buenos momentos en la compañía de los seres queridos porque, amigos y amigas, pocas cosas sólidas hay como la fuerza del cariño.

¡Feliz descanso a todas y a todos!

lunes, 5 de diciembre de 2011

En defensa de lo público

 

De nuevo asistimos, como si del final del carnaval se tratara, al entierro de la sardina con la salvedad  que, esta vez, la sardina  es, como era de esperar, doble: sanidad y  escuela pública.
Cuando hay crisis, sea del tipo que sea, lo más fácil es atentar contra lo público que, al ser de todas y todos,  parece ser  lo más vulnerable y fácil de tumbar. Cuando la crisis  es económica y asoma sus terribles fauces es cuando las personas encargadas de gestionar el poder y el control pretenden que nos olvidemos de la importancia de estos dos pilares sociales y  con tal de llenar las arcas, al precio que sea, abordan la cuestión del ahorro mercantilizando dos derechos básicos de los ciudadanos.
Nadie debe olvidar que la enseñanza pública es un derecho adquirido y contemplado en nuestra constitución. Todo ciudadano debe aspirar a una educación de calidad y ningún gobierno, sea del color que sea, debe escatimar a la hora de mantener este derecho.
La dignidad implica calidad. Suprimir servicios, en ambos sectores, en nombre de una redimensión de los recursos con la finalidad de dar mayor calidad es una falacia. Llamemos a las cosas por su nombre y digamos claramente que de  lo que se trata es de ahorrar  a costa  de los grupos sociales  menos favorecidos y privilegiados.
Disfrutar de una sanidad y  una educación de calidad, independientemente de la cuna en la que se haya nacido,  es algo que todas las personas, por el hecho de haber nacido, debemos tener asegurado y nada ni nadie debe utilizar estos dos elementos como armas arrojadizas para solucionar los problemas económicos de un país. Seguramente que hay otras soluciones mucho más coherentes para afrontar la crisis que las que se están barajando y empleando a la hora de reducir gastos. Otra cuestión bien diferente, de la que soy partidario, es efectuar una gestión racionalizada de los recursos. Así pues, por ejemplo en educación, si queremos ponernos manos a la obra en la cuestión del ahorro se podría comenzar por retirar los conciertos con aquellos centros donde la escuela pública puede afrontar  y cubrir las necesidades educativas del alumnado que, a día de hoy, es atendido en  centros  con titularidad ambigua “llamados concertados”. Centros que, beneficiándose de las ayudas estatales, evitan asumir los riesgos económicos y empresariales de la titularidad que realmente les corresponde, por su ideario, que es la de centros privados. No olvidemos que la libertad de enseñanza, en nuestro país,  contempla dos modelos educativos que vienen a ser las dos caras de una misma moneda: enseñanza pública, para toda la ciudadanía, y privada para aquellas personas  que optan por costearse, de su propio bolsillo o por cualquier otra fuente, un modelo educativo para sus hijas e hijos más acorde con su mentalidad o ideología, su nivel socioeconómico y cultural o simplemente con su status social.
No pretendo, ni es el objetivo de este artículo, juzgar u atacar otros modelos educativos (léase concertada/privada) y mucho menos a sus equipos docentes porque considero que doctores tiene la iglesia para ello. Entiendo, además, que la libertad de las familias a elegir el modelo educativo que quieren para sus hijas e hijos está por encima de todo. Lo que pretendo, es reflexionar sobre la importancia de defender un bien común  como la escuela pública cuyo objetivo último es formar ciudadanas y ciudadanos amparándose en la igualdad de derechos y oportunidades que, de no ser así, esa formación sería inviable para un sector muy amplio de la población.
La escuela pública debe estar protegida e incluso mimada porque es nuestra, de las ciudadanas y ciudadanos, porque de sus aulas saldrán muchas y muchos profesionales que, con su trabajo y formación, continuarán la evolución social, cuidarán  de nosotros en el futuro y continuarán con el desarrollo y el progreso socioeconómico de nuestra sociedad. 
Como maestro que soy de la escuela pública no puedo mirar hacia otro lado, como si no pasara nada, y  me veo y siento en la obligación, desde este espacio y cualquier otro ámbito, de  levantar mi voz para protestar contra la actitud de aquellas y aquellos que quisieron y quieren, mediante argucias políticas, restar calidad a nuestra escuela, devaluando y deformando el trabajo de muchos profesionales, con la finalidad de obtener beneficios económicos a costa de ratear en el sostenimiento de un derecho adquirido.  

¡POR UNA ENSEÑANZA PÚBLICA DIGNA Y DE CALIDAD!