lunes, 2 de abril de 2012

Paseando el santerío

Un año más, tras la derrota de D. Carnal por las huestes de Dña Cuaresma, llega el tiempo de recogimiento espiritual , para los creyentes, y, para algunos laico-ateos, lo que  llegan  son los carnavales religiosos para tomar las calles con iconos bordeados de velas, capiruchos, que recuerdan a cierto grupo sectario americano, y mucho oropel aderezado de plata y armiño.
La escenificación, en varios actos, de una tragedia, porque que claven a alguien en una cruz es bastante dramático, se convierte en el más puro teatro de calle y lo que se supone debe representar, para los fieles seguidores de esta doctrina, dolor se transforma en mercadería callejera para que el turismo aumente las cotas de ganancia, principalmente las  de un sector bastante deprimido en la actualidad como el de la hostelería, cosa que, por otra parte, me parece muy bien.
Inicia la función el Domingo de Ramos, aquí los burros toman especial relevancia y, curiosamente, un animal denostado y casi en peligro de extinción se  torna, cada año, en un personaje de interés ya que debe subir a su lomo al personaje principal de la obra: Jesús de Nazaret, cuya humilad, en su vida y vestimentas, según los relatos bíblicos, contrasta fuertemente con el poderío con el que se le representa en toda procesión que se precie.
Tras unas jornadas de tambores, cofradías y meneos de santos por calles y callejuelas de las ciudades llegamos a la parte central de la obra que, como todo el mundo sabe, se reserva para el jueves y el viernes: prendimiento, juicio, cena, la última por cierto, lavada de manos por los ruines, traición de algún íntimo y el climax: la crucifixión pasando previamente por el Huerto de los Olivos. Todo ello, como cabe suponer, aderezado de buenos latigazos y fuertes dosis de humillación al reo.
Durante estas jornadas aumenta el número de peinetas y mantillas en las procesiones en las que, según las malas lenguas, se encuentran muchas damas de "alta cuna y baja cama" manifestando públicamente su dolor ante los viandantes que, en algunos casos, al verlas tan compungidas y al reconocerlas acostumbran a decir eso de :- ¡Mírala, a Dios rogando y con el mazo dando!
La apoteosis final, cual traca valenciana, se reserva para el Sábado de Gloria y el Domingo de Resurrección. Cuando todo el mundo piensa que vaya mal rollo lo que le pasó a este ¿hombre?¿dios?, pues nada, oye, que va él y resucita, para alegría de los suyos y extrañeza del resto de los mortales, y, de nuevo, todos al bar a celebrarlo para honor y gloria de nuestra hostelería. Eso sí, con buenos repiques de campana.
¡Felices vacaciones de Primavera!